El segundo volumen de la Trilogía de Baztán (2013) es una mezcla desconcertante entre la belleza genuina y la crueldad. La obra nos presenta la dualidad de una madre primeriza y su dulzura, a la par de la inmensa ferocidad alcanzable por los seres humanos cuando son dominados por la maldad y la codicia.
Esta combinación puede llegar a puntos estresantes —hasta perturbadores— en los lectores sensibles, debido al ritmo frenético creado por la escritora Dolores Redondo. Por supuesto, no faltan las situaciones misteriosas sin explicación lógica aparente, pues las respuestas apuntan hacia nuevos relatos de mitología vasca. Vale la pena acotar que el manejo de estas historias populares por parte de la escritora denota una investigación profunda y una entrega total a su trabajo. Todos estos elementos convierten a Legado en huesos en un libro bastante adictivo, a pesar del cansancio transmitido por la inspectora Amaia Salazar y la prisa implícita necesaria para avanzar las investigaciones. Esta premura entra directamente en contradicción con los problemas de maternidad de la protagonista, a quién se le consigue una vez más recordando acontecimientos importantes de su pasado. Las imágenes evocadas aportan algunas luces sobre el comportamiento no explicado del padre de Amaia en El guardián invisible, esto aliviará a los lectores más detallistas. En Legado en huesos de confirma una confluencia de energías y entes sobrenaturales en torno a la vida de la inspectora. Después de todo, desde el comienzo de la trilogía la magia es un elemento común de la narración. Aunque su desenlace puede dejar a más de un lector descolocado (porque el personaje clave no se menciona directamente hasta las últimas páginas del libro), vale la pena leerlo, es, simplemente, una obra de arte. Tras resolver un año antes las espantosas muertes del caso Basajaun, la inspectora Amaia Salazar comparece embarazada al juicio del culpable, Jason Medina, con el fin de aportar sus pruebas y testimonio. Pero esto nunca se produce. El juicio se suspende debido al suicidio de Medina en los baños del juzgado, dejando una nota para la Salazar con la inscripción “Tarttalo”, una leyenda que desencadena una nueva trama de asesinatos y terror en el Valle del Baztán. Se trata de una figura mitológica similar a un cíclope que encubre a un psicópata sanguinario, caníbal e insaciable. A continuación, se encuentra relación entre el suicidio de Medina con otros casos de suicidio de maridos feminicidas que amputaron los brazos de sus esposas asesinadas. Al mismo tiempo, Salazar y sus colaboradores deberán investigar unas extrañas profanaciones de tumbas y rituales extraños con huesos de bebés ocurridos en la iglesia de Arizkun. Estas cruentas imágenes se repiten a lo largo de la trama. La escritora las colocó de forma meticulosa para impactar en el momento justo al lector y dejarlo pegado a la historia, en espera de más. Lo que en principio parecen pequeñas piezas óseas insignificantes, resultan estar conectadas con el nacimiento y la niñez de la inspectora. Además, ella no puede dedicarse de lleno a la investigación, esto debido a su reciente maternidad. El miedo a fallar como madre, más los problemas en la relación con su marido, incrementan la presión sobre Amaia. Ella es llevada indefectiblemente hacia un clímax y un final trepidante que le estremece los nervios a más de un experimentado lector.
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